jueves, 24 de octubre de 2013

MARIA DE BUENOS AIRES (Operita: Astor Piazzola-Horacio Ferrer)


Como son las cosas viejo, ya hace mucho que no estás y sin embargo nunca me dejás solo.

Ahora mismo estoy contigo escuchando a María de Buenos Aires. Sabés, creo que ya la primera vez que lo escuché algo en mi interior hizo crack, se rompió, y fue como un comienzo, como si se hubiera roto una cáscara que cubría mi alma y ésta se hubiera escapado hacia otra dimensión, un universo de notas y poesía. Algo muy nuevo para mí. Aún te veo en esos momentos que se me antojan casi místicos. Tu figura recortada contra el ventanal del balcón del comedor, parado, con el mate en la mano y tu mirada recorriendo interiores; aquellas mañanas de fin de semana, mientras el olor de la comida nos acariciaba desde la cocina. El tiempo se detenía. En aquella liturgia no cabían las palabras, era simplemente una comunión, donde el cuerpo se convertía en sentimientos y se tensaban los nervios y los músculos del alma con cada agudo arrastrado del violín, el dibujo lento y sentido de un fraseo de bandoneón o las profundas y ásperas voces de Horacio, Amelita o Héctor. Que poco hablamos viejo! 

Sin embargo, tal vez equivocado, pero tengo la sensación de haberte conocido tanto y sobre todo el convencimiento de haber aprendido tanto de vos. De tu sobria humildad, tu callada elocuencia; la prolijidad con la que cultivaste tus gustos musicales con buen tango y música popular; y aquella biblioteca que se iba completando gota a gota, a golpe de intuición y ganas de saber algo más, de llenar el precipicio que encontraste al terminar la escuela. Pero la vida te podía... No era suficiente el laburo rutinario, los mandados del sábado y las tareas culinarias; tenías esa llama interior que te empujaba a descubrir otras cosas, con tu buque insignia de Marcha, que te orientaba y marcaba rumbos.

Carajo, que poco hablamos Viejo!

Será por eso que me marcaste tanto y me acompañas tanto.

Te confieso un secreto, aún en rebeldía terminaste entrando conmigo al Vaticano, donde no quisiste entrar con la Vieja y te debe haber provocado más de un conflicto con ella. Pero si te consuela te diré que me cagué por vos en cada cosa que veía, en esa muestra de boato criminal que han levantado lamentablemente algunos de nuestros congéneres. Sin embargo, en un momento, me encontré en medio de la multitud, estático, llorando frente a La Piedad. Eso sí me gustaría que lo hubieras visto vos. Ese frío pedazo de mármol blanco convertido en una doliente madre sosteniendo la anacrónica muerte de su hijo, en un gesto de dolor infinito, reflejado en los cuerpos laxos y la mirada vencida de una madre sujetando su propia vida rota en el regazo. Allí tampoco habían palabras, viejo: sobraban. Pero ese mármol contenía más que todo lo que lo rodeaba.

Tal vez esa fue tu lección fundamental, enseñarme a ver cosas donde la palabra está de más. A lo mejor es por eso  que la música me llena el alma y me enseña otros universos, me hace escapar de tanta materia pesada y de esta vida tan difícil de comprender.

De pronto es la razón por la que durante estos 40 años que siguieron a aquellos días, tantas veces me he encontrado escuchando solo, a oscuras y aún con los ojos cerrados a María de Buenos Aires, con los nervios y los músculos del alma tensos y vibrantes. Con el volumen muy alto, sintiendo que esa catarata de sonido y color me inunda y me siembra el alma. Y siempre seguís ahí, con tu mate en la mano, recortado contra el ventanal y mirando para adentro.

Ya ves, seguimos hablando, igual que antes: poco, pero me seguís enseñando.

Viejo,... te sirvo una cañita y dame un mate... 
  
                           
                                          

Astor Piazzolla: «Fuga y Misterio» de "María de Buenos Aires" (1968)




María de Buenos Aires (WIkipedia)



2 comentarios:

  1. Viejo, como he dicho, no todos tienen el don de poner en palabras lo que se vive o se siente y más allá de lo que tú pienses, estas dejando una huella en todos tus descendientes. Las palabras habladas, se las lleva el viento, las escritas quedan allí. Te acordás cuando leímos las cartas que le enviaban tus abuelos desde Europa a la abuela? o las cartas que le escribía el abuelo a la abuela? Cuanto aprendimos con eso!!! Cómo vivían, cómo se querían, cuales eran sus preocupaciones o diversiones... Quién va a darle tanto valor y a aprender tanto con ello? Pues quien lo lleva en la sangre, quien quiere saber el origen de su existir. Entonces, no dudes en registrar tus vivencias, tus miedos, tus alegrías, tu pasado y el futuro que añores, nada mejor que manifestarlo de esta forma... Si tiene que existir una razón por el paso de este mundo, seguramente será para dejar algo en él. Los hijos son nuestro primer logro y lo que sembremos en ellos será lo que habremos dejado en este mundo al momento de partir.

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